La noticia cayó como un balde de agua fría en la industria: Liverpool anunció el fin de su alianza con BYD después de tres años como su distribuidor exclusivo en México. Lo que en 2022 se presentó como una revolución en la venta de autos (llevar vehículos eléctricos a centros comerciales) hoy se cierra con un escueto comunicado en la BMV. Esta ruptura no es solo el fin de una asociación comercial; es un síntoma de las tensiones geopolíticas, errores estratégicos y un recordatorio crudo de que innovar en automotriz exige más que showrooms glamorosos.
La alianza Liverpool-BYD nació bajo una promesa audaz: democratizar la movilidad eléctrica usando la infraestructura de la cadena de tiendas más emblemática de México. En lugar de concesionarios tradicionales, BYD se exhibía junto a perfumes de lujo y televisores 4K. Los números iniciales parecían validar el modelo:
Pero detrás del éxito aparente, había grietas estructurales. Mientras Liverpool celebraba ser "uno de los distribuidores más importantes de BYD", la marca china ya buscaba alternativas. ¿La razón? Un modelo que, pese a su innovación, nunca resolvió los puntos críticos del cliente automotriz.
Liverpool aplicó su lógica retail: espacios atractivos, financiamiento inmediato y promociones estacionales. Pero subestimó la psicología del comprador de autos:
Cuando BYD anunció en 2024 una planta de $600 MDD en México (con 10,000 empleos), parecía el respaldo definitivo. Pero la elección de Donald Trump en EE.UU. cambió todo:
Liverpool operaba bajo margen minorista (30-40% en electrónicos), pero en automóviles eléctricos los márgenes son del 8-12%. Mantener showrooms premium con ese rendimiento era insostenible. Peor aún:
El comunicado de Liverpool promete una "transición ordenada", pero la realidad es más compleja:
BYD enfrenta su propia encrucijada: Debe encontrar un nuevo distribuidor en menos de 6 meses (según cláusulas del contrato) o asumir costos logísticos millonarios para atender clientes directamente.
Esta ruptura no significa que el modelo retail-automotriz esté muerto. Significa que debe reinventarse:
Liverpool y BYD cometieron el pecado de la soberbia innovadora. Creyeron que el glamour de un showroom y la reputación de una tienda departamental bastaban para derribar décadas de cultura automotriz. Se olvidaron de lo esencial:
Un auto no es un producto; es una relación a largo plazo. Exige confianza en que, cuando falle a medianoche en una carretera oscura, alguien responderá el teléfono. Liverpool nunca pudo ofrecer eso, y BYD subestimó el valor de los concesionarios tradicionales (con sus grúas las 24/7 y mecánicos especializados).
La lección es para toda la industria: La disrupción no es romper con lo establecido, sino mejorar lo que ya funciona. Hoy, BYD busca afanosamente un socio con experiencia automotriz (se rumora que Grupo Orva o incluso FEMSA Autos). Liverpool, mientras tanto, regresa a su ADN: vender refrigeradores y sofás.
Al final, los únicos que ganaron fueron los clientes que compraron su BYD con 20% de descuento en el Hot Sale. Para ellos, el riesgo valió la pena... siempre y que su batería no falle antes que BYD encuentre un nuevo hogar en México.
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