BYD frena la inversión automotriz en México

BYD frena la inversión automotriz en México

Stella Li, dejó caer una bomba que los principales periódicos financieros del país (El Financiero, El Economista) no tardaron en replicar: BYD cancelaba sus planes de construir una planta de autos en territorio mexicano. "Los problemas geopolíticos tienen un gran impacto en la industria automotriz. Ahora todos están replanteando su estrategia en otros países. Queremos esperar a que haya más claridad antes de tomar una decisión". Estas palabras, aparentemente simples, encapsulan un terremoto de incertidumbre que sacude las aspiraciones de México como hub de movilidad eléctrica y dejan al descubierto un punto de dolor crónico: la vulnerabilidad de su modelo industrial ante los vientos cambiantes de la geopolítica global.

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Recordemos el recorrido. La llegada de BYD a México se anunció con un aura de gran promesa. No era solo otra marca entrando al mercado; era el líder mundial en ventas de vehículos eléctricos (superando incluso a Tesla), pisando suelo nacional con una ambición clara: establecerse con fuerza. La señal más contundente fue la gira de Stella Li en 2023, visitando a gobernadores de varios estados (Nuevo León, Jalisco, Estado de México, Yucatán, entre otros rumoreados) como una reina moderna evaluando posibles sedes para su corona industrial. Los estados se desvivieron por mostrar sus ventajas: infraestructura, mano de obra, cercanía a la frontera, incentivos. La especulación alcanzó su punto máximo cuando se filtró que Nuevo León, aún con la herida abierta por la cancelación de la "Gigafactory" de Tesla en su territorio, ofrecía a BYD ese mismo terreno ya acondicionado para producción automotriz. Era la narrativa perfecta: el espacio que un gigante estadounidense dejó vacío sería ocupado por el nuevo campeón chino. El mensaje implícito era que México seguía siendo un imán irresistible.

Sin embargo, tras esas visitas, un silencio inquietante se apoderó del proyecto. Los anuncios esperados sobre la ubicación final, la inversión concreta o el inicio de obras nunca llegaron. Hoy, ese silencio encuentra su explicación definitiva y decepcionante en las declaraciones de Brasil. La promesa de una planta de manufactura de BYD en México, que generaría miles de empleos directos e indirectos y catapultará la cadena de suministro local de vehículos eléctricos, se ha esfumado, al menos en el corto y mediano plazo. El freno no es por falta de interés en el mercado mexicano o en su potencial, sino por fuerzas externas mucho más poderosas y volátiles.

Stella Li lo dijo sin ambages: "problemas geopolíticos". Y en el contexto México-China-Estados Unidos en la industria automotriz, esas palabras tienen un nombre y apellido: Donald Trump y el T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá). Aquí radica el punto de dolor más profundo y complejo para México.

Desde que inició su campaña para regresar a la Casa Blanca, Trump ha lanzado advertencias explícitas y contundentes. Su amenaza: imponer aranceles punitivos o tomar otras "represalias comerciales" contra México si permite que fabricantes de vehículos eléctricos chinos establezcan plantas en su territorio. Su temor es claro y estratégico: que esas plantas, aprovechando las reglas de origen preferenciales del T-MEC, se conviertan en caballos de Troya para inundar el mercado estadounidense con vehículos eléctricos chinos a bajo costo, evitando los altos aranceles que actualmente enfrentan los autos chinos importados directamente desde China.

BYD siempre negó que su proyecto mexicano tuviera como objetivo principal exportar a EE.UU. Argumentaban que la planta cubriría la demanda del creciente mercado mexicano y, potencialmente, de otros países de Latinoamérica. Sin embargo, la mera posibilidad, la percepción de que México podría convertirse en una "puerta trasera" para autos chinos hacia EE.UU., es suficiente para desatar la ira proteccionista de Trump y sus seguidores. La incertidumbre sobre el resultado de las elecciones estadounidenses de noviembre y la alta probabilidad de que Trump regrese a la presidencia han creado un escenario de alto riesgo que BYD, y cualquier otro fabricante chino, no está dispuesto a asumir por ahora. Invertir miles de millones de dólares en una planta solo para enfrentar potencialmente aranceles del 100% o bloqueos comerciales unos meses después de inaugurarla es un juego demasiado peligroso.

La elección de Brasil como sede de la primera gran planta de BYD en América Latina no es casual y contrasta marcadamente con la situación mexicana. Ilumina otro punto de dolor para México: su profunda dependencia económica y comercial de Estados Unidos, que si bien es una fortaleza, también es una vulnerabilidad en tiempos de tensiones geopolíticas.

Brasil: Mercado Interno + Protección + Sin Ataduras a EE.UU.: Brasil ofrece un enorme mercado interno (el más grande de Latam), políticas proteccionistas históricas que incentivan la producción local (como altos aranceles a la importación de vehículos terminados), y, crucialmente, no tiene un tratado de libre comercio con Estados Unidos que obligue a reglas estrictas de origen o que lo haga vulnerable a represalias directas relacionadas con el acceso al mercado estadounidense. Para BYD, Brasil es un fin en sí mismo: producir allí para vender allí (y potencialmente a otros mercados sudamericanos) sin despertar los temores inmediatos de Washington. La geopolítica pesa menos en esta ecuación.

México: La Ventaja de la Frontera... y su Talón de Aquiles: La gran ventaja de México es su acceso privilegiado al mercado estadounidense y canadiense gracias al T-MEC. Este es el imán principal para la inversión automotriz tradicional. Sin embargo, para los fabricantes chinos de vehículos eléctricos, esta misma ventaja se convierte en su talón de Aquiles bajo la actual nube geopolítica. La proximidad a EE.UU. y las reglas del T-MEC los ponen directamente en la mira de las políticas proteccionistas y antichinas que podrían implementarse. La incertidumbre sobre si podrán usar esa ventaja clave sin desatar represalias la anula por completo en este momento.

BYD eligió la certeza relativa de Brasil (enfocada en su mercado interno y Sudamérica) sobre el riesgo elevado de México (con su apetecible pero ahora inalcanzable acceso a EE.UU.). Es una decisión fría de negocios dictada por la evaluación del riesgo geopolítico.

La cancelación de BYD no es solo una noticia negativa para los gobiernos estatales que compiten por la planta. Es un golpe significativo para la naciente cadena de suministro mexicana enfocada en vehículos eléctricos y componentes de baterías.

Miles de proveedores, desde gigantes internacionales hasta pymes mexicanas, habían empezado a posicionarse, a invertir en capacidades, a soñar con ser parte del ecosistema de un líder mundial como BYD. La promesa de una planta de ese calibre habría acelerado dramáticamente la transición tecnológica y la inversión en componentes eléctricos y electrónicos avanzados dentro de México. Con la cancelación, muchos de estos proyectos y expectativas se quedan en pausa o se redirigen con menos ímpetu. Se pierde un catalizador clave para modernizar y diversificar la base industrial automotriz del país hacia la movilidad del futuro. La incertidumbre que ahuyentó a BYD también enfría las inversiones de sus potenciales proveedores.

BYD no estaba sola. Otras automotrices chinas como Chirey (del grupo Chery) y Great Wall Motors también habían anunciado públicamente sus intenciones de establecer plantas de manufactura en México. El mensaje de BYD, y las razones detrás de él, resuenan como una alerta máxima para estos proyectos.

La declaración de Stella Li – "Ahora todos están replanteando su estrategia..." – es reveladora. Es altamente probable que Chirey, Great Wall y cualquier otro fabricante chino con planes para México están ahora en un "modo espera" idéntico. Reevaluará sus proyectos a la luz del mismo panorama geopolítico incierto y amenazante. La inversión china en manufactura automotriz en México, que parecía imparable hace solo un año, enfrenta un congelamiento súbito. La promesa de una nueva ola de inversión, empleo y tecnología proveniente de Oriente se difumina, víctima de la tensión entre las dos superpotencias económicas.

La cancelación de BYD es un jarro de agua fría para las aspiraciones automotrices de México, pero debe ser mucho más que eso: una llamada de atención urgente y contundente. Revela la peligrosa fragilidad de un modelo que, aunque exitoso durante décadas, depende excesivamente de su acceso preferencial a un solo mercado (EE.UU.) en un mundo donde ese acceso puede ser instrumentalizado como arma geopolítica en cualquier momento.

México no puede controlar las elecciones estadounidenses ni las retóricas proteccionistas. Pero sí puede controlar su propia estrategia. El mensaje de BYD es claro: la incertidumbre es el mayor enemigo de la inversión. Por ello, el país necesita, con carácter de urgencia:

Diversificar su apuesta: Redoblar esfuerzos para atraer inversión de otras regiones (Europa, Corea del Sur, Japón, incluso India) y para fortalecer marcas mexicanas o latinoamericanas en el segmento de vehículos eléctricos. No poner todos los huevos en la canasta china... ni asumir que la canasta estadounidense es eternamente segura.

Robustecer el mercado interno: Acelerar políticas que impulsen realmente la adopción masiva de vehículos eléctricos en México: infraestructura de carga nacional robusta y estandarizada, incentivos fiscales reales a la compra para consumidores y flotillas, esquemas de renovación de unidades obsoletas. Un mercado interno fuerte y creciente es un imán de inversión per se, menos vulnerable a vaivenes externos. Brasil lo entendió.

Fortalecer la cadena de valor local: Invertir en investigación, desarrollo y capacitación para que la cadena de suministro mexicana no solo ensamble, sino que diseñe y fabrique componentes de alto valor para la movilidad eléctrica (baterías, motores, electrónica de potencia). Esto atrae inversión de diversos orígenes y genera resiliencia.

Construir certeza jurídica y diplomacia activa: Reforzar el estado de derecho y la predictibilidad regulatoria. Al mismo tiempo, una diplomacia mexicana más asertiva debe trabajar constantemente para defender los intereses del país dentro del T-MEC y mitigar las amenazas unilaterales, dejando claro que México es un socio soberano, no un patio trasero.

La planta de BYD en Brasil avanza. La de México se esfumó en el horizonte geopolítico. No se trata de llorar sobre la leche derramada, sino de aprender la lección: el futuro de la industria automotriz mexicana, especialmente en la era eléctrica, no puede depender de la benevolencia de un vecino volátil ni de una sola fuente de inversión. La cancelación de BYD es un doloroso recordatorio de que México necesita, con visión estratégica y celeridad, construir un modelo industrial más diversificado, más resiliente y centrado en su propio potencial. Solo así podrá convertir los puntos de dolor actuales en las bases de una ventaja competitiva sostenible y menos expuesta a los caprichos de la geopolítica global. La carrera por la movilidad eléctrica sigue, pero México necesita ajustar urgentemente su rumbo y su motor si quiere mantenerse en la pista de cabeza.

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